Peter Zumthor: ¿Cómo piensan publicar esta entrevista?
Heide Wessely: En la sección de crítica, acompañada de fotos, dibujos y la traducción inglesa del texto.
P. Z.: Sin fotos sería mejor pues hoy en día la gente sólo mira las fotos. Leer es precioso y si se dialoga y escribe sobre arquitectura tendría que leerse, al igual que Goethe o Döblin...
H. W.: ¿Prefiere entonces no ilustrar los proyectos?
P. Z.: Efectivamente ya que la lectura es una de mis más bellas fuentes de inspiración. Al leer nacen imágenes interiores. Ilustrar los textos es una forma de tutela. La palabra tiene su propia lógica y al igual que la arquitectura no debe hablarse, sino que es espacio y objeto, así concibo yo el lenguaje más hermoso como lenguaje. Por eso le ruego publique un árido “desierto de tinta”.
H. W.: ¿No es importante el que su arquitectura sea más accesible para los lectores con ayuda de ilustraciones?
P. Z.: Eso es para mí importantísimo. (Se lo explico, ¿vale?). La vieja mesa que mi abuelo tocó es la misma que mi tío tocó y no su copia. Un fotógrafo que trabaja para mí opina que su medio bidimensional, no tridimensional, no puede retratar el espacio, eso lo hago yo con mi trabajo. La arquitectura se puede experimentar cuando se experimenta arquitectura y las fotos se experimentan con fotos, escritos con escritos etc. Así es esa lógica. Mi deseo de que la arquitectura sea experimentada es enorme, pero eso no puede confundirse con la experimentación de fotos bidimensionales.
H. W.: De acuerdo, lo tendremos en cuenta.
Pero ahora a las preguntas: ¿Cómo consigue crear arquitectura que se percibe con todos los sentidos como en las termas de Vals y por qué es esa sensibilidad tan poco frecuente en la arquitectura actual?
P. Z.: La arquitectura tiene cuerpo, no es algo virtual sino que es concreta y se puede experimentar con los sentidos, eso fue siempre así y siempre hay gente que así supo y sabe transmitirlo como Siza, Lewerentz, Kahn, Corbusier, Alvar Aalto, Döllgast, Rudolf Schwarz o Barragán. Supuestamente es una sensibilidad para el cuerpo de la arquitectura, que se compone de partes, se crea con materiales, se construye.
El espacio mismo es un vacío, viene condicionado por aquello que lo crea o por lo que lo rodea. Los arquitectos determinamos su entorno, su forma y lo percibimos con los sentidos. También los filósofos piensan espacialmente. Incluso cuando se piensa en abstracto se piensa en imágenes. La más noble tarea de la arquitectura consiste en imaginar su presencia física para luego darle forma. Por ejemplo: Placas de piedra con anclajes de acero cromado colgadas a lo largo de mil metros cuadrados son placas de piedra con anclajes de acero cromado. Las cosas son lo que son, yo veo lo que veo, siento lo que siento y procuro hacer las cosas de forma correspondiente.
Unas veces es correcto suspender algo, otras se puede mostrar pesadez o ligereza, oscuridad o claridad.
H. W.: Pero, ¿deben mostrarse las cosas como son?
P. Z.: No, también se pueden esconder cosas. Esto no tiene nada que ver con simple rigor material. A menudo son más importantes las cosas que no se ven como el esqueleto humano, no diga que tendríamos que mostrarlo; lo sentimos indirectamente, como el corazón o el pulmón.
H. W.: En sus escritos hace referencia a cine, literatura, arte y música cuando trata la inspiración. ¿Por qué menciona raramente otros edificios?
P. Z.: Soy un fenomenólogo, parto de la experiencia del mundo, ésta me interesa en el sentido más amplio. Yo vivo ahora, oigo los cencerros de las vacas fuera y el agua en los radiadores dentro. Como todo humano he vivido, visto, oído y leído mucho. Todo esto conforma mi experiencia y a partir de ésta trabajo. Todos los días presenciamos ciudad, pueblo, paisaje, arquitectura. Las casas de otros arquitectos son también presente, pero una parte pequeña de mi experiencia. La arquitectura publicada prácticamente no es vivencia puesto que una foto es una foto, ya lo he explicado antes. Yo trabajo desde la experiencia del mundo e intento elaborar mi propio punto de vista, ser fiel a mi mismo haciendo exactamente lo que me parece bien y gusta. Ahora sé que lo que a mi me gusta les complace también a muchos otros, entonces no soy tan egoísta sino bastante normal. Si usted imagina un nuevo edificio para un lugar especial, y éste es siempre especial, entonces las asociaciones de la propia experiencia son mucho más sugerentes que el lugar mismo. Uno no se condiciona entonces tanto. Nunca se me ocurriría considerarme como una parte de la historia de la arquitectura y estudiar los últimos 500 balnearios, eso sería estúpido y no lo hace nadie. Por eso no hablo de otros edificios aunque admire muchos que a menudo no están firmados por un arquitecto.
H. W.:¿Cómo le ha influenciado su formación? Empezó artesanalmente como carpintero y después se dedicó muchos años a la restauración.
P. Z.: Soy lo que hago y experimento. Si habla de artesanía, restauración sucumbe usted a cierto romanticismo. Sería bonito si se fuera sencillamente carpintero, sin embargo no es así.
H. W.: No será así pero la precisión de su trabajo guarda una segura relación con ese trasfondo artesanal.
P. Z.: Me crié en un entorno artesano. Mi padre era un carpintero extraordinario y me transmitió la idea de que uno mismo puede hacer todo lo que es especialmente interesante y aún no ha logrado nadie. Entonces comenzamos a reflexionar de verdad. Hay una desconfianza en lo factible. Comencé con formación profesional, después la escuela de artes y oficios, diseño de muebles, siguiendo con urbanismo y diseño industrial en el Pratt Institute americano y posteriormente me dediqué diez años al estudio de la estructura urbana de núcleos antiguos, historia del arte, de la construcción y asentamientos, eso me parece una formación perfecta. Desearía que todo estudiante pudiera formarse tan ampliamente. “Autodidacta” suena algo falso y romántico.
H. W.: ¿Qué significado tienen las nuevas tecnologías en su arquitectura y cómo las emplea?
P. Z.: Hago uso de todo aquello que me ayuda a solucionar mis problemas. La estructura de hormigón del museo de Bregenz por ejemplo fue extremadamente complicada:
Apoyar las cajas en tres muros, colgar el vidrio sin perforarlo, los techos de cristal con borde libre, iluminar lateralmente 24 metros... La fachada misma necesitó varios intentos. Al principio surge una idea, en ocasiones basta algo arcaico como el muro compuesto de Vals; dos muretes de fábrica rellenos de hormigón que imitan la técnica empleada desde hace más de 100 años en la construcción de caminos. No me interesa lo nuevo o viejo sino lo que me permite edificar aquello que sueño.
H. W.:¿Qué trato les da a los detalles?
P. Z.: El detalle sale en el todo. Actualmente se construyen con frecuencia edificios en los que el arquitecto es responsable de un 5% de presupuesto. ¿Qué pueden proyectar entonces? Fachadas, vestíbulos y barandillas, y así resultan las barandillas. Como arquitecto quiero intervenir en la globalidad y el detalle es una parte del todo y no lo más importante.
H. W.:A menudo habla usted de la importancia del lugar. Personalmente ha conocido muchos lugares. Ha crecido en Basel, estudiado en Nueva York, enseñado en Múnich, Graz y Santa Mónica, es ahora mismo profesor en la universidad de Mendrisio. ¿Cómo han marcado éstos lugares su arquitectura o es sólo el lugar dónde el edificio debe levantarse aquel que goza de gran relevancia?
P. Z.: Lo que yo vivo me marca tanto como a usted le marcan sus propias experiencias, para eso no hay diferencias. Cada edificio tiene su lugar, que en ocasiones es un “sinlugar” como la Expo de Hannover, entonces tiene uno que reflexionar para un “sinlugar”. Yo he dado mi respuesta, mi interpretación de algo temporal pues la arquitectura es normalmente intemporal. Construyo en ese lugar pero me abro al mundo. Esto es importante pues cada edificio debería hablar de su lugar y del mundo entero. Y como mundo entiendo lo que yo se de él. Si un edificio se desarrolla sólo desde el lugar no puede elevarse, provocar tensión, permanece extrañamente flojo y apegado al suelo. Un edificio necesita siempre algo que irradie de fuera a dentro y viceversa. Si se construye en cualquier lugar de cara al mundo sucede que el edificio no echa raíces, no se integra. Es muy importante sentir el diálogo entre lo propio y lo ajeno, el lugar y el mundo. La pasada semana estuve en México DF. Su desmesurado crecimiento guarda estrecha relación con la ciudad, con su Genius loci, que no es siempre estético y bello sino a menudo salvaje y disparatado. No se puede evadir de él, gracias a Dios evoluciona siempre y esta siempre presente.
H. W.: Desde hace aproximadamente ocho años proyecta y construye en la berlinesa “Topografía del Terror”. Su obra está ahora parada por dificultades económicas. ¿Cómo se explica que sus edificios puedan ser financiados en pequeñas localidades suizas mientras que en Berlín, capital de una de las mayores potencias europeas, encuentren esos problemas?
P. Z.: Eso tiene que ver con la historia del edificio y el objetivo de mi intervención. Tras la guerra los alemanes demolieron todo el conjunto salvo el edificio de Martin Gropius, pues aunque se encontraba en peor estado que el resto, no tenía connotaciones nacional-socialistas. El lema era “borrar las huellas”. Hace diez años alguien compró ese terreno, excavó y dijo que no se podía rellenar sin más ni más. El área se abrió al público con un pequeño pabellón y se trazó un programa. Sobre el papel todo es fácil, uno escribe lo que quisiera tener... Luego los responsables del presupuesto determinan el coste máximo de un edificio así, nada de política. Sobre el papel son compatibles un programa gigante con un presupuesto mínimo, con palabras se consigue mucho pero en algún momento llega la hora de la verdad y hay que decidir entre disminuir el programa a la mitad o doblar el presupuesto. Esta situación la vivimos desde hace medio o un año. En Suiza no recuerdo haber hecho un proyecto con un programe tan amplio y un presupuesto de partida tan escaso. Ahora se debe corregir, eso es un asunto político. Es un tiempo de castigo para el arquitecto, pero tengo que sobrevivir, yo ya lo sobrevivo.
H. W.: En la prensa berlinesa se publican titulares como “paro de P. Z.: en la Topografía del Terror” o “Topografía posible también sin P. Z.” o “Topografía Insustituible”. ¿Cómo reacciona ante esas noticias?
P. Z.: Ya no las leo. Hágase cargo de que necesitan el doble de dinero. El cálculo es de 90 millones y sólo tienen 47. Es necesaria una seria toma de conciencia en los distintos partidos. También el CDU tiene que tomar posiciones, no sólo la izquierda. El senador o los políticos que han retomado el proyecto tras el cambio de gobierno tienen que enfrentarse al problema. Me hago cargo de que hay bronca en el aparato y la confrontación en Alemania es así, de repente muy polémica y muy personal. Ya no lo tomo tan a la tremenda ni me manifiesto al respecto.
H. W.: ¿Y cómo reacciona personalmente al objetivo del proyecto, el lugar del cuartel general de la Gestapo?
P. Z.: Eso fue el desafío del proyecto y creo que hemos encontrado una respuesta adecuada. También creo que él se construirá, eso se siente. Aunque aún no se ha construido el proyecto está mentalmente unido al lugar. Es inútil discutir si el proyecto podría hacerse de otra forma. No lo creo, prevalecerá. Las cosas buenas prevalecen ¿no?
H. W.:¿Eso cree?
P. Z.: Claro, así es la vida ¿o no? Las cosas buenas prevalecen, sólo hay que tener un poco de paciencia.
H. W.: Una particularidad de la obra es su excepcional construcción, una trama de delgados soportes de hormigón armado con una luz libre de sólo 26 cm rellena de vidrio. Esa piel es independiente de los tres núcleos masivos de hormigón. Jörg Schleich me confesó que consideraba el complicado sistema dudoso. Tras la aclaración que usted le dio lo creyó adecuado. ¿Que fue lo que le dijo?
P. Z.: La trama es una construcción autónoma que puntualmente se sujeta en la barandilla y es en sí misma rígida. Si se sujetara en los núcleos podríamos olvidarla, pues sería innecesaria. Con posterioridad surgió la idea de las cajas de ascensores que soportan los forjados. Hubiera sido un error de principiante unir los dos sistemas. Jörg Schlaich es un buen ingeniero y lo entendió enseguida.
H. W.: ¿Cómo pueden superar usted y su estudio el bache financiero que supondría la paralización del proyecto?
P. Z.: Nuestra cuenta de Berlín está en números rojos: 300.000 DM. Entre tanto hemos hecho un 70% del trabajo pero el proyecto tiene que ser nuevamente financiado antes de que yo pueda hacer algo. Siempre tenemos obras que no compensan económicamente pues no trabajamos por dinero sino por la pasión de construir. Estamos contentos cuando el balance final de un proyecto es 0. Esto pasa ahora hace ya 4 años. Mi esposa e hijos están acostumbrados a pensar cada mes en cómo pagar a nuestros empleados. Pero no hemos vivido mal, nunca nos ha estremecido el no tener demasiado dinero, nunca fue una carga. Pero en Berlín tiene que haber una nueva financiación, yo he hecho mi aportación y cabe esperar que el dinero invertido sea recuperado. En algún momento tiene que venir.
H. W.:¿Construiría para cualquiera o acepta únicamente los proyectos interesantes?
P. Z.: Si tengo la impresión de que mi nombre podría emplearse con fines comerciales no me enrolo. No he construido una villa a los herederos de Hugo Boss, ni un museo para un coleccionista de arte en Texas, he rechazado la propuesta de Audi para realizar concesionarios de exposición en todo el mundo y también la de Giorgio Armani para una pasarela en Milán, eran cosas que no me convencían del todo. Quizás fuera un fallo, pero...
H. W.:...una obra ¿tiene que atraerle?
P. Z.: Si, tiene que tener sentido, sentido desde el punto de vista humano, creo en los valores humanistas. Si la obra sirve realmente a los hombres o la ciudad, entonces es bonito construir. Pero si todo acaba deslizándose en el mundo del comercio me interesa menos.
H. W.: Frecuentemente no reconoce el ciudadano de a pié los edificios alabados entre arquitectos. Los encuentra poco prácticos y feos. Y viceversa, los arquitectos protestan contra el gusto de la gente. ¿A qué se debe esta discrepancia y cuál es su posición al respecto?
P. Z.: El arte de construir es también un arte. Y el arte de construir, al igual que la pintura, necesita desde el siglo XX una visión nueva de las cosas y quizás también el desarrollo de un espíritu crítico. Esta es la conclusión del arte del siglo XX. Uno no forma parte de una tradición que se hereda sin problemas de acogida. La opinión popular y la del artista se separan. En arquitectura sucede algo parecido y así surge una tensión entre la masa y una minoría más formada al respecto. Por otro lado se construyen arquitecturas que ignoran las necesidades y funciones, calidades y propiedades básicas. Es decir, que son vanidosas, egoístas o arrogantes. Cuando los arquitectos toman en serio su tarea pueden hacerlo de una forma crítica, pero sin ignorar uso y función. Nuevas interpretaciones serán comprendidas si son buenas para el uso. Yo imagino un nuevo balneario, viene un anciano y dice: “usted es el arquitecto ¿verdad? Y ha proyectado esta iluminación para que también los viejos estemos guapos ¿no?”. Y yo le respondo “Si, así es”.
H. W.:¿Había considerado esto?
P. Z.: Claro. En una reunión yo dije que la luz tendría que favorecer no sólo a modelos y que creara esta o esa atmósfera, que también los ancianos... Si usted toma las cosas en serio y las hace bonitas, entonces pueden ser irónicas, divertidas, tentadoras. ! La alegría es importante! Porque hay partes serias y luego partes divertidas y ahí surge gravedad y elegancia y allí gravedad y ligereza. En cada edificio intento crear cierta tensión entre las partes, no digo equilibrio, unas veces es así y otras no. Pero esto es pensando en la gente. Miran el edificio desde fuera y dicen “vaya una caja” y luego que entran “pero esta habitación es bonita con la vista al jardín...”. Comparada con música o arte contemporáneo tiene la arquitectura un potencial de acogida mucho mayor para la gente normal porque si sencillamente funciona bien o es práctico y bonito, la gente está dispuesta a aceptar una nueva respuesta ya que sienten ese diálogo entre forma y contenido. Yo les entro por el contenido y tienen que aceptar la forma con el tiempo. Es mejor así que al revés.
H. W.: Hasta ahora usted ha mantenido la idea de que lo bueno prevalecerá pero por otra parte la arquitectura comercial cobra cada vez más adeptos. ¿Cómo imagina usted la arquitectura del futuro?
P. Z.: Vivimos naturalmente una época determinada y esto sólo nos permite una perspectiva limitada. El hombre tiende a decir, vivimos ahora y nunca estuvo tan mal o vivimos ahora y nunca estuvo tan bien o nunca hubo una revolución tecnológica tan fantástica como ahora... Siempre existe esa increíble sensación de vivir en el periodo más importante. Yo supongo que hay rachas con una dirección predeterminada. La calidad arquitectónica parece cada vez peor cuando de repente surgen en otros lugares objetos muy buenos. Se elimina la sastrería y todo es confección barata pero mira por donde surgen japoneses que nuevamente crean telas bonitas trabajadas con primor. Son movimientos que van y vienen según la necesidad que hay de una calidad determinada. Cuanto más empeora por un lado, mejor aparece en otro. Nosotros vivimos una etapa interesante: la arquitectura estaba mal pero se ha recuperado rápidamente con relación al prestigio gracias a un sistema de arquitectos estrella que le han permitido ganar renombre en los últimos 10-15 años. Este proceso también es cíclico; todo es mediocre cuando de repente hay arquitectos cuya firma es reconocida pero su trabajo se devalúa al ser engullidos por el marketing y la superficialidad... entonces surgen otros que actúan de contrapeso como Alvaro Siza o Soto de Moura. Usted no encuentra en cada esquina un Siza. La calidad se anhela siempre de nuevo, esto se observa en ropa, cine, por todas partes, objetos caseros bien hechos, muebles bonitos, eso no se destierra tan fácilmente. Buenos puros...
H. W.: Ha hablado de arquitectos estrella, usted es, aunque quizás no lo quiera, uno de ellos. ¿Qué opina del jaleo surgido en torno a usted?
P. Z.: No es para tanto. Yo no estoy en el disparador ni aparezco en público con frecuencia. Hago aquello que considero soportable y no perjudica demasiado mi tarea. Un cierto grado de trabajo en público es obligatorio para cualquier catedrático por lo demás procuro abstenerme. Si gracias a mi prestigio sucede que como en Berlín no se suspende el proyecto y lo retoma otro arquitecto, entonces me parece positivo ¿no? Entonces es ese sistema de estrellas o tener un nombre conocido una buena cosa. Todo depende siempre de cómo uno lo emplee.
Referencia: Detail, revista. "Construir con hormigón" 2000/1, pág. 17.
http://www.detail.de/Db/DbFiles/hefte/115/span.pdf
Revista 1/2001
De cuándo es esta entrevista???
ResponderEliminar