miércoles, 26 de noviembre de 2008

Modernidad sensible de un rebelde guaraní

Con sólo 42 años, Solano Benítez es un referente de la renovación de la arquitectura latinoamericana.

DANIEL MOYA

dmoya@clarin.com

Prepara su presentación. El golpeteo en el teclado resuena en el aula de la Universidad de Belgrano. Levanta sus ojos, mira a la audiencia y dice: "Si tienen un celular, por favor préndanlo. Perder un cliente en este tiempo de crisis sería imperdonable". Solano Benítez conoce los tiempos del discurso, al que ameniza con arranques divertidos. Y en arquitectura, y a pesar de su corta edad (42 años), el paraguayo se ha convertido en un referente latinoamericano.

Paraguay, en palabras de Benítez, por el hecho de ser bilingüe es un lugar particular en toda América. Su gente tiene una doble posibilidad de comunicarse. Y poder analizar un idioma desde otro lenguaje, cotejar lo que tiene oculto, permite pensar en más de un sentido.

Para él, lo interesante en la historia de la humanidad es la historia de la técnica: cómo el hombre fue instrumentando a través del tiempo todo lo que tenía a su alcance para poder vivir mejor. Benítez cree que la sumatoria de todas las técnicas fue la que produjo el gran desarrollo de la humanidad. "Poder vernos técnicamente, capaces de reconocer tanto nuestro potencial como las dificultades que nos aquejan, es lo que, trabajando, nos va a llevar a un mundo mejor".

Tal vez su proyecto más ambicioso, que excede lo arquitectónico y urbanístico, sea volver a Sudamérica navegable por dentro (ver Redescubrir... en pag. 15).


Otro, ya realizado, es el Complejo vacacional Ytú, en Paraguay. Al lugar, propiedad de un sindicato, lo iban a usar desde empleados de maestranza hasta gerentes, por lo que hubo que encarar el proyecto con austeridad. Se emplearon materiales cotidianos pero usados en forma sofisticada.

En 10 hectáreas, se acomodaban serranías, montes y un arroyo. "El agua de lluvia bajaba desde las sierras al arroyo", cuenta Benítez, y explica que hubo que usar tierra para recanalizarlo. Para abaratar costos, se construyeron cercos con madera, y la cestería fue la clave para evitar su deformación en la intemperie. Estos, junto con la paja utilizada como aislante térmico sobre los techos, son los recursos constructivos explorados por la propuesta.

Con otro proyecto, Benítez ganó un concurso de anteproyecto y precio de la empresa Unilever. Había que lograr espacio para los depósitos y las oficinas. Se aprovechó al máximo la estructura existente y se generó una planta libre. Debido al calor, se ideó una estructura de paneles de ladrillo para dar resguardo. Como además había que ahorrar dinero, se planificó hacerlos con ladrillos de canto. Pero aunque se ahorraba material, se encarecía la mano de obra. Entonces Benítez construyó los tabiques panderete, pero sobre el suelo. Desarrolló así una manera de usar el piso como encofrado. "Estudio los materiales, los procedimientos y cuando sé como se construye salgo a hacer todo lo que está prohibido", se rebela.

Otro ejemplo de romper las reglas lo dio revistiendo un piso con tejas. ¿Cómo lograr hacer entender que una membrana no es transitable? Con tejas. "Porque se rompen y denuncian al que caminó". Benítez insiste en que hay que hacer lo que está prohibido, que hay que liberarse de las ecuaciones tales como "la teja, en el techo".

Piensa que es un absurdo reclamar la pertenencia de un pedazo del planeta. ¿Qué es entonces ser dueño de un lote? Según él, sea tal vez, la posibilidad de hacer en ese lote una casa, cambiarle sus funciones y sus estructuras. Benítez construyó la Casa Esmeraldina, dos bloques separados por algunos patios, en un terreno de 15 por 17 metros. Trabajó con vigas vierendel para disminuir la cantidad de bases y logró abrir un doble espacio apoyando toda la estructura en los linderos. Usó también sus tabiques panderete, pero con un nuevo proceso constructivo: montó los ladrillos sobre un encofrado, pegándolos como azulejos. Extraída la pared del molde, éste podía volver a utilizarse.

Bautizó al primero de sus módulos Isasio, nombre de su maestro mayor de obras. "Porque me hizo el aguante. En un momento, cuando la pesadumbre se apoderaba de mí, me puso la mano en el hombro y me dijo: ''v''andar, lo que pasa es que la mezcla no estiró todavía''".
En otra de sus casas, la Fanego, la planta baja también es libre. Y a toda la estructura la soportan vigas vierendel, en los linderos.

Buscar el reflejo. Imaginen un cuadrado formado con cuatro vigas de hormigón, cada una de 9 metros de largo y sostenidas por un solo pilar. Imagínenlo rodeado por un arroyo, que además lo cruza en diagonal y forma en su centro una pequeña isla. Inserto en la vegetación, en el que las vigas se entrecruzan sin molestar a ninguna especie.

El espacio, delimitado desde fuera por el hormigón, desaparece por dentro porque la cara interna de las vigas esta recubierta por espejos. "En el interior de ese cuadrado, en algún lugar entre los árboles, está la tumba de mi padre", cuenta Benítez, y reconoce que a lo largo de 10 años desde su muerte, abordó el proyecto sistemática y periódicamente, para luego abandonarlo con la misma constancia. "Es que enfrentar el tema de la muerte de un ser querido me hizo pasar por todos los estadios anímicos, y tal vez esto sea mi único justificativo a que soy un mal arquitecto". Dentro del lugar, todo se integra y los espejos producen una infinita repetición del espacio. "Yo habito dentro de mí. Mi cuerpo es el límite que me separa de lo otro. Pero en el el espejo estoy fuera, enfrente, en otra dimensión".

Los espejos reflejan, repiten. "Y todo lo que es sagrado, se repite. Como el tuco de mi madre, presente en cada domingo". Según Benítez, si algo se repite, perdura; y es eterno. Y lo eterno tiene un valor que trasciende el tiempo, incluso, el de la propia vida.

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