El pensamiento arquitectónico se construye de anécdotas, recuerdos y referentes. En la era de la información, la mente vaga libremente por canales de televisión, fotos de revistas y páginas de Internet, del entretejido de estas se crean historias, dibujan memorias y obtienen formas. Este mar de imágenes se presenta sin ningún filtro o rigor y responde principalmente a la lógica del mercado, que con su caprichoso modo de operar ha infectado la producción arquitectónica de toda América Latina.
Cada vez son más comunes los ejemplos de arquitecturas banales, cinematográficas y deshumanizadas que al intentar reproducir modelos idealizados por las publicaciones internacionales no hacen más que construir edificios vacíos, pensados desde la estética de la imagen y cuyas cualidades espaciales –si es que las tienen- son subordinadas a las tecnológicas y/o estéticas. Nuestras ciudades han visto con desencanto e impotencia la rápida propagación de estas desafortunadas propuestas. La arquitectura convertida en un producto de mercado, no como un bien social.
Pero los últimos años han dejado ver los cimientos de lo que parece ser una nueva generación de arquitectos latinoamericanos, comprometidos con la profesión y consientes de su repercusión social. Profesionales que se han sacudido la contaminación visual producto de la fragmentación y masificación de la cultura y han encontrado en referentes propios el motor de sus indagaciones.
Esta mirada, que coincide con el tan difundido regionalismo crítico de Kenneth Frampton, no debe confundirse con la “vuelta a los orígenes” locales. No opera a partir de tratados que abstraen modelos formales precolombinos; no copia elementos autóctonos ni los reinterpreta. No es una tendencia, es una postura de acción e intervención arquitectónicas basada en lógicas de construcción, técnicas y materiales. El espacio resultante es contundente y sintético, la sinceridad de sus elementos los hace dialogar con familiaridad y soltura; hablan nuestro idioma.
La realidad latinoamericana es acompañada por los fantasmas de la pobreza y la violencia. Nuestras ciudades han aceptado e incorporado los fuertes contrastes sociales, haciendo tolerable la disparidad económica entre los países de la región. Cuando revisamos la producción arquitectónica, y en general cultural, las nacionalidades de los creadores suelen coincidir con los países industrialmente más desarrollados. Sin embargo, algunas ocasiones recibimos interesantes propuestas de países menos vinculados con el sistema internacional de intercambios.
Ubicado en el corazón de Sudamérica, Paraguay y sus poco más de millón y medio de habitantes, viven una realidad particular: es el único país latinoamericano bilingüe. Esta dualidad lingüística entre el español y el guaraní, permite tener dos opciones de comunicación o lo que es lo mismo, deja analizar el idioma desde otro lenguaje; descubrir sus secretos, entender las lógicas que lo construyen, pensar en varias direcciones. En este contexto encontramos la obra del arquitecto Solano Benítez y su grupo de trabajo.
En un sentido amplio, la formación del arquitecto, dedica gran parte del tiempo en construirle un pensamiento basado en analogías, formulas que recogen los clichés estilísticos y guiños formales de moda, inflándose de información y conocimiento. Las universidades deben entender, dice el guaraní, que poco o nada sirve acumular conocimiento si este no ayuda a mejorar la condición de vida de las personas, esto significa convertir la arquitectura en un instrumento de acción social real.
Y las mejoras solo pueden venir por el camino de la investigación, el ensayo, el rigor y la coherencia. Solano Benítez confía en la seguridad de lo inseguro, en hacer lo que no sabemos hacer. Fundamenta esta apuesta en la técnica, tópico que le obsesiona. Estudia las fuerzas de cada proyecto haciéndose algunas preguntas sencillas y hasta obvias, planteamientos de física básica –cómo descarga esta viga, cómo es el empuje en esa pieza, cómo rompe tal material, etc.- una vez entendidos los pone crisis.
Nos acercamos con cautela a la obra del arquitecto e identificamos elementos modernos, sin embargo su disposición y poderosa estética produce un impacto perturbador, nos despierta curiosidad. Para el proyecto de las Oficinas Centrales de Unilever en Paraguay, proyectado junto a Alberto Marinoni en 2000, reinterpretan el carácter corporativo de la transnacional impregnándolo de información propia del sitio; recogen materiales, lógicas y modos de operar propios de la región. Muchas veces acusado de trasgresor y rebelde, Solano Benítez construye el espacio a partir de la técnica que lo sostiene y delimita.
Apoyándose en la estructura existente, ideó una tradicional planta libre en la que dispuso el programa de las oficinas y depósitos. Un bosque de columnas cuadradas sirve de soporte para las techumbres inclinadas confrontadas que cubren parte de los restos del antiguo edificio y confieren una cualidad espacial diferenciada.
Pero la pieza más innovadora de la obra es el parasol que protege al complejo. El control climático en un país cuya temperatura media en verano ronda los 27 grados, es fundamental y justifica la potencia plástica del objeto, sin embargo encontramos el acierto de la propuesta en su tectónica. La estructura de paneles de ladrillo debía, además de producir sombras, ser muy económica. Para ahorrar costos de material y mano de obra desarrolló tabiques panderete fabricados en el suelo. El proceso es sencillo, se colocan los tabiques de canto –así se cubre una mayor área usando menos material- sobre el piso –usándolo de cimbra- y se vacía el cemento. Se deja secar y se levanta. Los tabiques panderete se acomodan con diferentes inclinaciones sobre las vigas tamizando la luz y generando sombras que acompañan los recorridos.
El compromiso con el que aborda cada proyecto denota su vocación docente, encuentra ahí el espacio propicio para realizar las investigaciones de diseño y materiales que soportan su obra. Estudia y entiende la lógica de los materiales, después hace lo que está prohibido, como cimbrar en el suelo tabiques de canto o colocar tejas como piso.
Quizá esta lógica de la pertinencia constructiva sea más clara en el Centro Vacacional en Ytú de 1997 proyecto realizado para el Sindicato de Trabajadores de la Asociación Nacional de Electricidad o SITRANDE, nombre con el que se conoce al proyecto. El programa es sencillo, la complejidad radica en la diversidad de usuarios, pues el sindicato esta compuesto por todos los miembros de la paraestatal.
De manera general, el proyecto consiste en crear límites, bordes y referentes en un predio de 10 hectáreas con montes y un arroyo. Guiados por la completa austeridad que confiere carácter a este tipo de construcciones, el arquitecto buscó operaciones repetibles y aplicables para todo el complejo. Usó la lógica de la cestería para, además de abaratar costos, fabricar bordes concretos. El resultado es sintético: muros tejidos con madera de baja densidad que permiten, en ocasiones, el paso de la luz y el aire, control climático, delimitación espacial, territorial y de transiciones. La técnica al servicio de la construcción espacial.
Estos gestos han sido relacionados con las ideas de Gottfried Semper, quien al estudiar la cabaña caribeña propone al liviano tejido de mantas a manera de muros como las primeras insinuaciones de arquitectura, postulando una línea de pensamiento paralela a la idea de tectónica derivada de la tradición vitruviana. Sin embargo las intenciones del paraguayo son menos presuntuosas, teje el material por ser económico y práctico; construye desde la práctica, no desde la teoría.
La versatilidad de acción, o lo que es lo mismo, la creatividad de intervención de Solano Benítez no se resume en su interés por la tectónica producto de las técnicas pertinentes, también explora la construcción espacial mediante la memoria y la relación del hombre con la naturaleza.
La Tumba en Piribebuy o mejor conocida como las 4 vigas es un ejemplo de las operaciones camaleónicas del guaraní. Ubicado en una situación privilegiada dentro de una zona boscosa, cada una de las vigas encuentra su nacimiento en pequeños claros del bosque donde, sin molestar a ninguna especie, las piezas delimitan un cuadrado perfecto. Una construcción espacial tangencial a la idea de monumento, desmaterializa sus caras interiores con sendos espejos que ponen en crisis la idea de espacio. Naturaleza ambigua, reflejada con la arquitectura como soporte. Las anécdotas de estos espacios saltan por las lagunas de la mente.
Recordamos los acercamientos propios al desdoblamiento que producen los espejos, el vernos desde afuera envueltos por la vegetación. Hacemos referencia a lugares que la memoria captura como propios, construidos con reflejos y espejos, pensamos tal vez en alguna obra de Mies van der Rhoe, quizá en el cubículo del ascensor a casa… Salimos de la tumba, la mente tarda en vincularse con la realidad, pasará un tiempo antes de que los caprichosos procesos del pensamiento construyan la idea de arquitectura, pero sin lugar a dudas, esta llegará a nosotros. Eduardo Cabral
Una versión mas corta fue publicada en La Tempestad sept-oct 07
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